miércoles, 13 de febrero de 2008

Compañera de piso

Desde hace unos días sentía su presencia. Ayer, por fin la vi. Intenté de algún modo entablar contacto con ella, pero era acercarme, y desaparecía. La vi en el dormitorio; después en el salón, viendo la tele de cerca. Ahí me fijé en sus dimensiones: estilizada, de cabeza pequeña, panzuda y ojos saltones. Me fijé en su trompa (lo más prominente) y entendí entonces por qué el tamaño de las ronchas que tenía desde días atrás, eran tan grande. Era una máquina de succionar perfecta. Si llega a quedarse un día más, adelgazo siete kilos. Pero se ha ido. La mosquito, después de ponerse hasta el culo conmigo, se ha ido. Seguramente se olvidará de mí. Encontrará a otro ser con el que cebarse, y me olvidará.

Yo no me olvidaré de ella hasta que se caigan las costras de las ronchas que me dejó su dulce trompa.

He de comprar aután. O baigón. O algo.

Me pica mucho el tobillo.

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