Desde hace unos días sentía su presencia. Ayer, por fin la vi. Intenté de algún modo entablar contacto con ella, pero era acercarme, y desaparecía. La vi en el dormitorio; después en el salón, viendo la tele de cerca. Ahí me fijé en sus dimensiones: estilizada, de cabeza pequeña, panzuda y ojos saltones. Me fijé en su trompa (lo más prominente) y entendí entonces por qué el tamaño de las ronchas que tenía desde días atrás, eran tan grande. Era una máquina de succionar perfecta. Si llega a quedarse un día más, adelgazo siete kilos. Pero se ha ido. La mosquito, después de ponerse hasta el culo conmigo, se ha ido. Seguramente se olvidará de mí. Encontrará a otro ser con el que cebarse, y me olvidará.
Yo no me olvidaré de ella hasta que se caigan las costras de las ronchas que me dejó su dulce trompa.
He de comprar aután. O baigón. O algo.
Me pica mucho el tobillo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario